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jueves, 1 de septiembre de 2011

VIAGEM MEGALÍTICA-ATLÁNTICA

    Hace pocos días hice un recorrido en bicicleta desde Extremadura (Valencia de Alcántara) hasta Lisboa, siguiendo el curso del río Tajo. Aproveché para visitar monumentos megalíticos de la comarca de Alcántara, de Castelo de Vide, Nisa, etc... y después continué al encuentro con el océano.
Visité dólmenes realmente hermosos y ciertamente procuré no invadir cada espacio mucho tiempo por aquello de ser morada de muertos pero a decir verdad encontré sosiego y “buenas vibraciones” en todo momento. Algunos estaban muy escondidos, siempre en alucinantes parajes extremeño-alentejanos de roquedos de caprichosas formas y alcornoques de escandalosa piel naranja. Estuve en uno cerca de Castelo de Vide que me impresionó por sus dimensiones y belleza... incluso hallé dentro, en el suelo, pequeñas conchas de color rosa y cristalitos azules, como si alguien hubiera hecho una ofrenda.
También visité el mayor menhir de la península en Póvoa e Meadas: un imponente monolito de granito de descarado porte fálico de 6 ó 7 metros de altura -con algunos más bajo tierra-, en medio de un bosque de alcornoques centenarios con gamos salvajes.
Lo de viajar en bici y solo, fue muy interesante.
El hecho de poder prescindir del combustible fósil, de avanzar gracias al esfuerzo, de llevar "los enseres" a cuestas, de sentir de cerca los aromas del camino, de palpar el hinojo de las cunetas, de percibir el vuelo y el canto continuo de los abejarucos sobre la cabeza… en definitiva, el contacto directo con las personas y la madre Tierra: Inolvidable.
También fui consciente permanentemente de la agresión de los motores que pasaban a mi lado (de los “carros”, de los mastodónticos camiones portando bienes de consumo de un lado para otro...), de sus prisas, de su relativa amenaza, de sus malos humos... Y de alguna manera, aunque suene un poco vanidoso, me sentí orgulloso de mi sudor en el pedaleo. Cada aldea alcanzada era un avance, cada etapa finalizada un pequeño éxito.
En cierta medida, conseguí que huyeran de mi mente innecesarios y banales pensamientos… esas ideas cotidianas, si cabe poco constructivas, que a veces invaden el propio espacio interior robando plenitud existencial. Seré osado en decir, que alcancé cierto grado de meditación en mi pedaleo. Por primera vez en años nada aturdía a mi cabeza, solo había un objetivo: llegar a la mar... y sentir cuanto me rodeaba e iba descubriendo.
Finalmente quedé unida Extremadura con el Océano Atlántico en cuatro días pero no pude renunciar a pasar dos días más en la eterna ciudad de mármol... Lisboa.
Hice noche en Valencia de Alcántara, Nisa, Abrantes, Santerém y por último en Lisboa.
La llegada a Lisboa fue muy especial, casi diría que íntima… después de haber padecido durante algunos kilómetros los peligros de la masificada vía de acceso a la ciudad.
El encuentro con sus ancestrales rúas empedradas con los raíles de hierro de los tranvías, la gigantesca Praça do Comércio con su descomunal arco... y sobre todo el momento de aparcar mi máquina en el suelo, en la escalinata que acerca a la mar entre dos columnas, para descalzo, sentir el agua marina en los pies y refrescar la cara con su tacto… el olor, la brisa, las gaviotas: ¡Único!
Después era preciso tornar.

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