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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Maestro árbol




    Existen hombres y mujeres considerados “maestros” o “maestras”, capaces de transmitir con su sola presencia, a saber: sabiduría, armonía, luz, etc.
Suelen ser personajes con una larga existencia sobre sus espaldas, portadores de un mensaje profundo y si cabe renovador… y en ocasiones guías de multitudes.
Pues bien, también hay seres vivos no humanos que de alguna manera pueden ser considerados auténticos maestros. Maestros callados, que igualmente hablan de trascendencia con su sola presencia.
Me refiero a los majestuosos árboles longevos.
Son solemnes ejemplares centenarios, incluso a veces milenarios, que perviven contra viento y marea allá donde germinaron en lejanos tiempos pasados.
En su esencia misma constituyen una lección permanente del saber ser y estar.
   Tengo entendido que hay un cedro en las montañas del Líbano con 5.000 años de edad o lo que es lo mismo: !inició su existencia a la par que la civilización egipcia¡ En América, existen secuoyas de 2.000 ó 3.000 años y casi 150 m. de altitud (por el tronco horadado de alguna, discurre una carretera). He oído hablar de baobabs milenarios que son adorados en África. De igual modo, es venerada la Higuera Madre de la India, si cabe la más vieja del planeta, capaz de cubrir con su copa a numerosos rebaños. Y el record en longevidad, parece ostentarlo un abeto de Noruega que inició su periplo vital en plena Era Glacial, es decir hace 10.000 años.
En la Península Ibérica, tenemos referencias de un antiguo castaño secular en Las Alpujarras en cuyo interior moraba una familia de moriscos. En Asturies hay texos milenarios, en Girona una oliva de 2.500 años y en el norte de Extremadura castaños que se aproximan al milenio.
   Personalmente, reconozco sentir una atracción total hacia estos maestros. Me atrevería a hablar de un ritual en mi encuentro con ellos: aproximarme casi reverencialmente, deleitarme con sus dimensiones, intuir su historia, atesorar su tacto, saborear sus frutos, percibir su latido en el abrazo… y aprender de su existencia silenciosa.
   Sí, son honorables entidades, tan dignas de ser admiradas como la gran pirámide de Keops o el Taj Mahal… tan egregios como el mayor príncipe de príncipes… tan transcendentales como el mismísimo Dalai Lama.

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