Rishikesh, entre
montañas, junto al sagrado Ganges. Multitud de templos con sus divinidades y
multitud de tiendas.
Por la mañana,
vamos muy temprano a un monasterio en la montaña, desde donde se puede divisar el Himalaya.
Veo salir al sol, luego hacemos a pie una preciosa ruta de 17 km de descenso:
aldeas entre montañas, arrozales, muchachas con hoces, pastores, loros, una
cascada de aguas cristalinas, monos...
Allí solo
silencio, no ruidos, no basura. Se percibe más armonía y riqueza real que en
las ciudades. En la naturaleza todo parece tener sentido.
Al entrar de
nuevo en la ciudad, descubro una galería de pinturas realizadas con pigmentos
naturales por mujeres de una aldea. Ajaj, el amable chaval que la dirige, me
enseña a obtener algunos pigmentos de hojas y cortezas de árbol.
Por la tarde, una
vuelta en barca por el Ganges. En sus orillas, los niños se buscan la vida
vendiendo velas con flores para dejar en el río, en honor de alguien. Lalta,
uno de ellos, es vivaracho, alegre y muy inteligente (pienso cuanto valoraría tener
la oportunidad de poder estudiar). Me vende alguna de esas velitas con flores
que deposito en la aguas del río, después hablamos un rato y hacemos ranas en
el agua con piedras.
Luego contemplo una
bonita puesta de Sol, junto al río. El Sol, parece mucho más grande de lo
normal... incluso consigo fotografiar alguna mancha solar con el zoom de mi
cámara.
Al día siguiente,
otra excursión a la montaña entre bosques donde habitan tigres y elefantes
según cuentan.
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