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miércoles, 7 de julio de 2010

Cúpula celeste

   Ya son más de las 24 horas.
Alán y Alba duermen. Salgo de la cabaña para sentir un poco la noche. Instintivamente camino hacia la roca de mirar las estrellas y me tumbo un rato encima de ella. Montañas en los cuatro puntos cardinales que hacen de almohada y la cúpula celeste preñada de galaxias, por sábana.
Por momentos, percibo a este improvisado lecho, como una prolongación más del útero de la Tierra… y me veo a mí mismo como un niño, pequeñísimo, encima de la redondez del planeta… microscópicamente gigante.
En un instante, comienzo a escuchar el latido de Gaia con fuerza:
PUM- Pum, PUM- Pum, PUM-pum
Mas me doy cuenta de que el pulso proviene verdaderamente de mi pecho y… me río. O, acaso… ¿es el eco del corazón de ella en mi cuerpo?
Permanezco en silencio por dentro. Una leve brisa cálida de verano acaricia mi cara, susurrando en los oídos canciones de grillos y de corrientes de agua lejanas.
De repente, el atronador rugido de los motores de un avión que navega parpadeante por el cielo, me sabe a homo sapiens y casi me hace escapar del paraíso. Menos mal que una estrella fugaz y después otra, enmudecen mis pensamientos ante la inmensidad del Universo.
…Y me veo a mí mismo gigantescamente microscópico.
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